Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma,
¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el
señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la
hermosura
de los troncos
retorcidos.
Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del
viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma ¿quién
quién amamantó los
olivos?
Vuestra sangre, vuestra
vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la
herida
generosa del sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la
pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán
consagró al centro del
día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.
¡Cuántos siglos de
aceituna,
los pies y las manos
presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros
huesos!
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de
quién,
de quién son estos
olivos?
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras
lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.
Autor:
Miguel Hernández Gilabert (1910-1942)