Cuando presienta el final de mi vida
lo esperaré sin temores.
Cuando yo muera
concluiré el camino sin tristezas.
Cruzaré el umbral predestinado
y sabré entonces que la muerte
es una bella mujer que me esperaba,
etérea e intangible.
Conoceré sus ojos,
oquedades de luz y de tinieblas.
Extenderá su mano
de hielo azul y transparente
para darle una caricia a mis cabellos.
Me atraerá hacia sí,
tierna, amorosamente,
hasta envolverme con su túnica inconsútil.
Y entonces…
Se convertirán en nieve mi cabeza,
mis ojos en granizos,
mi boca en arena,
mi corazón en piedra,
mi pecho en polvo,
mis dedos en esquirlas,
mis piernas en raíces,
mi piel en pergamino,
mis huesos en cenizas.
Y así, por fin y para siempre,
mis restos y mi historia
conocerán el aposento
sagrado y misterioso de la tierra.
Y el tiempo pasará,
y sobre mi tumba
soplarán los cierzos,
acaso crezca un árbol,
se cagarán los perros…
O nada,
nada pasará,
¡sólo el olvido!
Autor: Javier Aviña Coronado