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NATARAJA




Tiempo, ritmo
De formas que se abren,
Formas que pasan,
Perfectas o dañadas,
El pie del Dios
 Está sobre el mundo,
Terrible danzante
Cuyas hollantes huellas
Aplastan el bien y el mal,
El fluir de su río
En nuestra sangre está,
Fin y principio
Latido del corazón
Nuestro todo, nuestra nada.
Destructor de mundos,
Purificador,
Su paso indiferente,
Su atuendo rojo.


Autora: Kathleen Raine

FRENTE AL MAR



 
Oh mar, enorme mar, corazón fiero
De ritmo desigual, corazón malo,
Yo soy más blanda que ese pobre palo
Que se pudre en tus ondas prisionero.

Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
«Piedad, piedad para el que más ofenda».

Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
Ya me fatiga esta misión de rosa.

¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
Me falta el aire y donde falta quedo,
Quisiera no entender, pero no puedo:
Es la vulgaridad que me envenena.

Me empobrecí porque entender abruma,
Me empobrecí porque entender sofoca,
¡Bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma.

Mar, yo soñaba ser como tú eres,
Allá en las tardes que la vida mía
Bajo las horas cálidas se abría...
Ah, yo soñaba ser como tú eres.

Mírame aquí, pequeña, miserable,
Todo dolor me vence, todo sueño;
Mar, dame, dame el inefable empeño
De tornarme soberbia, inalcanzable.

Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza.
¡Aire de mar!... ¡Oh, tempestad! ¡Oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.

Y el alma mía es como el mar, es eso,
Ah, la ciudad la pudre y la equivoca;
Pequeña vida que dolor provoca,
¡Que pueda libertarme de su peso!

Vuele mi empeño, mi esperanza vuele...
La vida mía debió ser horrible,
Debió ser una arteria incontenible
Y apenas es cicatriz que siempre duele.



Autora: Alfonsina Storni 

CANCIÓN DEL OLVIDO



Cuando presienta el final de mi vida
lo esperaré sin temores.
 
Cuando yo muera
concluiré el camino sin tristezas.
 
Cruzaré el umbral predestinado
y sabré entonces que la muerte
es una bella mujer que me esperaba,
etérea e intangible.
 
Conoceré sus ojos,
oquedades de luz y de tinieblas.
 
Extenderá su mano
de hielo azul y transparente
para darle una caricia a mis cabellos.
 
Me atraerá hacia sí,
tierna, amorosamente,
hasta envolverme con su túnica inconsútil.
 
Y entonces…
Se convertirán en nieve mi cabeza,
mis ojos en granizos,
mi boca en arena,
mi corazón en piedra,
mi pecho en polvo,
mis dedos en esquirlas,
mis piernas en raíces,
mi piel en pergamino,
mis huesos en cenizas.
 
Y así, por fin y para siempre,
mis restos y mi historia
conocerán el aposento
sagrado y misterioso de la tierra.
 
Y el tiempo pasará,
y sobre mi tumba
soplarán los cierzos,
acaso crezca un árbol,
se cagarán los perros…
 
O nada,
nada pasará,
¡sólo el olvido!
 
 
Autor: Javier Aviña Coronado

Dicen que no Hablan las Plantas

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros, Lo di...